Año nuevo = Promesa viejas

c8e4799b52ff8ef8201a29d3a30d0465Vamos casi a comenzar un nuevo año como un reto grande pero también como un regalo de bendición de Dios. Hoy, quizás te preguntas como puedes vivir de tal manera que al terminar este año puedas tener grandes alegrías y satisfacciones. He aquí 10 pasos que necesitamos dar con firmeza si queremos finalizar este año con grandes satisfacciones:

Estos son mismos 10 pasos que Dios le pidió a Josué que diera cuando iba a poseer la tierra prometida. Un nuevo año es una tierra prometía.

JOSUÉ 1:1-10

1.- Escuche a Dios. 1:1.
Dios le dijo a Josué hijo de Nun, asistente de Moisés. Dios siempre habla, a través de su palabra, al corazón, a través de personas o de las circunstancias de la vida. Este atento a lo que Dios te dirá.

2.- Entierre el pasado. 1:2.
Mi siervo Moisés ha muerto. Por eso tú y todo este pueblo deberán prepararse para cruzar el río Jordán y entrar a la tierra que les daré a ustedes los israelitas. Moisés, representó para Moisés el pasado. Entierra tu pasado, no vivas más del ayer y prepárate a caminar en un nuevo año, sin estar llorando el ayer.

3.- Levántese y comience a andar. 1:3
Tal como le prometí a Moisés, yo les entregaré a ustedes todo lugar que toquen sus pies. Levántese, no se quede postrado donde estas. Lo que pises, se te dará, pero para eso hay que comenzar a andar.

4.- Conozca el cuadro completo. 1:4
Su territorio se extenderá desde el desierto hasta el Líbano, y desde el gran río Éufrates, territorio de los hititas, hasta el mar Mediterráneo, que se encuentra al oeste. No te quedes mirando un pedacito de tu vida. Mira todo lo que Dios ha hecho en ti y contempla el cuadro completo de tu vida.

5.- Practique la Presencia de Dios. 1:5
Durante todos los días de tu vida, nadie será capaz de enfrentarse a ti. Así como estuve con Moisés, también estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. Recuerda, lo más importante en tu vida, es la presencia de Dios, disfrútala, gózala y vive en esa presencia.

6.- Párese en la Promesa. 1:6
Sé fuerte y valiente, porque tú harás que este pueblo herede la tierra que les prometí a sus antepasados. Dios te ha dado y te dará promesas, parate en ellas, porque las promesas de Dios son reales y se cumplen

7.- Practique la habilidad de ver directo hacía adelante. 1:7
Sólo te pido que tengas mucho valor y firmeza para obedecer toda la *ley que mi siervo Moisés te mandó. No te apartes de ella para nada; sólo así tendrás éxito dondequiera que vayas. Recuerda, mira siempre hacía adelante y no te vayas ni a la izquierda ni a la derecha.

8.- Juegue de acuerdo a las reglas. 1:8
Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito.
Las reglas de juego las marca la Palabra de Dios, vive en esos principios.

9- Muévase en fe y no en temor. 1:9
Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará donde quiera que vayas. Habrá cosas que te harán temblar, pero no temas, vive por fe.

10:- Tome una posición sobre las órdenes de Dios. 1:10
Entonces Josué dio la siguiente orden a los jefes del pueblo:
Vayan por todo el campamento y díganle al pueblo que prepare provisiones, porque dentro de tres días cruzará el río Jordán para tomar posesión del territorio que Dios el Señor le da como herencia. Mantén una posición firme en amar y obedecer a Dios. Y entonces tendrás.

Un Feliz Año Nuevo lleno de promesas viejas llenas de Bendicion !!

 

Mis tiempos

 1e79bc44df666552fb6165304bc4bc0bParece, que estamos ansiosos de que termine un año y que comience luego el otro, seguramente, porque tenemos esperanza de que el año nuevo que llega sea mejor, que el que se va, así parece ser cada fin de año.

En pocas oportunidades he oído decir, no creo que habrá otro año como este que termina. Seguramente es porque el hombre vive de la esperanza, entonces recordemos algunos sinónimos de esta esperanza, confianza, fe, seguridad, certeza, ilusión, expectativa, anhelo, confiar, creer, aguardar, convicción, entusiasmo, etc., talvez alguien encuentre mas sinónimos, pero yo agregaría uno muy especial, “encomendarse”.

Casi nunca lo hacemos, pero debiera ser necesario y conveniente al final de cada año, antes que llegue la medianoche, reflexionar unos minutos y hacer un balance, pero no generalizado o superficial, diría casi de los 365 días, y revisar lo que hicimos con este año que despedimos, es un año mas de vida, no deja de ser importante.

Conviene también recordar las deudas que dejaremos para el próximo año, pero hay ciertas deudas que debemos saldar antes de que se termine el año, me refiero a las que se tienen con Dios, con los familiares, amigos, vecinos, las deudas que se tienen con los demás.

Entonces salgamos antes de media noche al patio, al jardín, al balcón de la casa o simplemente miremos a través de la ventana de nuestra casa, miremos el camino que hemos recorrido este año que se nos va, y reflexionemos sobre lo que podemos ver de este ya viejo 2015.

Yo les propongo fijarse en tres cosas importantes y por cada una hacemos un gesto y una acción.

1) A quien debe agradecer por el año que se va

Mis “¡Gracias!”, son definitivamente a Dios, por todo el amor que recibí de El, cuantas veces no fui como El esperaba de mí, sin embargo con su infinita misericordia, El fue como siempre bueno conmigo, así es no quiero estar en deuda con El, por eso “Gracias Señor”

2) A quien debo perdonar por el año que se va

Quizás al que más desprecio me dio, al que menos me ayudó cuando lo necesitaba, a él, mi perdón y mis ruegos al Señor.

3) A quien debo pedir perdón por el año que se va

Es probable que no haya sabido vivir como verdadero hermano, haya habido egoísmo, orgullo, talvez he ofendido a más de alguien, por esto Perdón Señor

En efecto quiero, saldar cuentas con mi prójimo, con mis hermanos, no quiero dejar deudas de este tipo para el próximo año, quiero borrar todos los rencores, odios, resentimientos. Es mí deseo terminar el año bien con todos. Es necesario poder decir que no guardo malos sentimientos hacia ningún ser humano.

Si antes de que acabe el año, llego mi hora de pedir perdón a todos los que en este caminar de mi vida, de alguna manera herí, moleste, no me preocupe de él, le hice un desaire.

Quizás más de alguno, necesitaba una respuesta y no se la di, alguno necesitaba de mí ayuda y no se la di, alguno necesitaba una palabra de aliento y me la guarde. A esos hermanos, desamparados, desolados, desesperados, tristes, sin ilusión, y no les preste mi atención o pasé de largo, porque tenía o no tenía motivos de prisa.

Quiero pedirles perdón.

Entonces, podré dormir en paz la última noche del año 2015  y que al llegar el 2016 renovado para la nueva jornada de este año que se inicia o comienza.

Así estaré, en condiciones para pedir a Dios, un gran año para hacer con El y por El grandes cosas, así estaré en condiciones para presentar mi plan de vida del 2016

“Señor, tu misericordia es infinita, ayúdame para este año que empieza sea bueno, mejor de lo que esperamos, Conviértelo Señor en un gran año, que ningún deseo mío o de quien más lo necesite, no tenga algo de realidad, pero acepto humildemente tu voluntad”

Amigos, hermanos, este año 2015, será lo que cada uno haga con él. De cada uno de nosotros dependerá.

¿Como será?

¿Será el mejor o será el peor?

¿Será uno más, ni bueno ni malo, sino todo lo contrario?

«En tu mano están nuestros tiempos,
Cualesquiera que ellos sean,
Agradables o dolorosos, oscuros o brillantes,
Como mejor te parezca que sean.»

 

Mision Remanente

img_misionLa Biblia registra que Dios es misericordioso y justo. Por una parte, él es misericordioso al mostrar amor y brindar salvación a los pecadores. Por otra parte, él es justo al librar a su pueblo de los enemigos y al actuar de manera equitativa.

En un extremo, muchos creen que Dios no es justo, y que él solo es misericordioso. En el otro extremo, están los que piensan que el creador no es misericordioso ni cercano; más bien, solo ordena destruir o permite la muerte de  muchos seres humanos.

Por más que existan críticas a nuestro Dios, él siempre ha demostrado ser justo y misericordioso. Nadie puede negar sus obras salvíficas en favor del pecador. Y si alguna persona llegó a perderse, fue porque este decidió continuar en el pecado.

En la crisis final, antes de la segunda venida de Cristo, Dios hará el último llamado al arrepentimiento. Como antes de la parusía se terminará el tiempo de gracia y se sellará a los escogidos, el Espíritu Santo trabajará por medio de su pueblo para guiar a Cristo a todos los moradores de la tierra. Tal predicación –la última invitación– se llama: “El fuerte pregón”. Después de este último llamado, “que el injusto siga haciendo injusticias […] y que el que es santo siga guardándose santo” (Apoc. 22:11).

El mensaje del remanente

Lo que se proclamará en el fuerte pregón, serán Los Mensajes de los tres ángeles de Apococalipsis 14:6-12 (incluyendo la extensión del mensaje del segundo ángel [18:4]):

Y vi volar en medio del cielo a otro ángel que tenía un evangelio eterno […]

Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.

Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación.

Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas (extensión del segundo ángel).

Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe una marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino del furor de Dios, que está preparado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en presencia del Cordero […] Aquí está la perseverancia de los santos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.

En primer lugar, el mensaje principal del fuerte pregón es salvífico. Dios continuará invitando, a través de su remanente, a aceptar a Cristo como salvador y juez. Al hacerlo, el pecador es redimido de la iniquidad y es declarado justo. En el contexto de la crisis final, aquellos que acepten a Cristo como redentor, recibirán el sello de Dios.

En segundo lugar, estos mensajes invitan a salir de Babilonia para no seguir en su pecado ni en la confusión doctrinal. Este sistema apóstata embriaga a las naciones con falsas enseñanzas, con el objetivo de que estas no acepten el poder salvífico de Dios ni las verdades expresadas en la Biblia.

En tercer lugar, estos mensajes anuncian el juicio a Babilonia y su destrucción total (Apoc. 16:19; 18:10, 21), el cual se realizará en el “juicio a la ramera” (18:21-24). Este tiene como objetivo indicar que Babilonia está condenada. A pesar de su existencia, ella ya obtuvo la condena eterna y  todo aquel que permanezca en ella, será destruido (14:10).

Remanente listo

Muchos, actualmente, desean ser miembros de la “iglesia verdadera”. El problema es que cada iglesia se califica como tal. Esto ha generado confusión en muchos; a tal punto que varios no quieren saber nada con asuntos religiosos.

Lo interesante, es que Apocalipsis 12 al 14 revela que Dios ha levantado a un pueblo con la verdad presente. A este pueblo o iglesia se lo llama Remanente. Como el anticristo fomentará una falsa adoración, Dios vio necesario tener un pueblo para contrarrestar al enemigo.

Es asombrosa la sabiduría divina. Para que nadie se confunda ni elija mal, Dios reveló, en Apocalipsis 12 al 14, las características del pueblo de Dios del tiempo del fin. Con estas, la elección será más fácil. Las características son las siguientes:

(1) Aparece después de 1798 DC (12:17).

(2) Es perseguido por Satanás (12:17; cf. cap. 14)

(3) Guarda los diez mandamientos (12:17; 14:12).

(4) Tiene fe en el “testimonio de Jesucristo” (12:17; 13:10; 14:12; cf. 19:10).

(5) Posee un mensaje basado en los libros de Daniel y Apocalipsis (cf. cap. 10; 14:6-12).

(6) Cree y proclama las verdades bíblicas que están en los Mensajes de los tres ángeles de Apoc. 14:6-12.

(7) Permanece fiel hasta cuando Cristo venga (14:12; 14:1-5).

Apocalipsis 12 al 14 no solo revela las características que posee el remanente, también señala las creencias básicas que este profesa. Véase la siguiente lista:

(1) Adoración al único Dios (14:7)

(2) La salvación (el “evangelio eterno”, 14:6)

(3) El santuario celestial (11:19)

(4) El juicio pre advenimiento y la segunda venida de Cristo (14:7)

(5) El sábado (14:7)

(6) Los diez mandamientos (12:17; 14:12)

(7) El don profético (12:17; 14:12; cf. 19:10)

(8) La creación (14:7)

(9) La santificación (14:7; cf. 12:17; 14:12).

De acuerdo con Apocalipsis 12 al 14, el que predica este triple mensaje es el remanente de 12:17 (cf. 13:10; 14:12). Según el registro bíblico, este remanente ha sido llamado para: (1) guiar a Cristo a los moradores de la tierra, (2) ser una luz en el protestantismo, (3) fomentar una verdadera adoración, (4) guiar a los seres humanos a la Biblia y (5) contrarrestar el engaño de Satanás y de sus representantes. El objetivo principal de esta misión es guiar a todos a la salvación. El remanente del tiempo del fin es el último enemigo del diablo, y es el instrumento que Dios usa para completar su visión y misión redentoras.

Dios ha profetizado, por medio de Daniel y Apocalipsis, lo que ha de suceder antes de la parusía. Como se estudió, habrá una crisis final que causará el anticristo. Pero, sabio y amoroso es nuestro Dios porque él ha enviado a su remanente para presentarnos a Cristo, nuestro gran y único sumo sacerdote (Heb. 4:15-16; 1 Jn. 2:1), y para conocer la verdad.

Nuestro creador no desea que nos perdamos. Él anhela vivir con nosotros por la eternidad y quiere que, experimentando la salvación, seamos felices por siempre. Por esta razón, Dios invita a aceptarlo y formar parte de su remanente.

 

El Remanente Santificado

fando_10corazonesPasemos ahora a considerar la epístola de Judas. Allí vemos a la cristiandad apóstata bajo todas sus terribles formas de iniquidad, así como en Malaquías habíamos visto al judaísmo apóstata. Pero nuestro objetivo no es ocuparnos de la cristiandad apóstata, sino del remanente cristiano. Bendito sea el Dios de gracia que nunca deja de haber un remanente, distinguido de la masa de profesión corrupta, y caracterizado por la fidelidad y devoción a Cristo, por el celo hacia Sus intereses y por el afecto genuino hacia cada miembro de Su amado cuerpo.
A este remanente, el inspirado apóstol dirige su solemne y trascendente epístola. No se dirige a ninguna asamblea en particular, sino “a los llamados, santificados, en Dios Padre, y guardados en Jesucristo: Misericordia y paz y amor os sean multiplicados” (v. 1- 2).
¡Qué bendita posición! ¡Qué preciosa porción! Son llamados, santificados (separados) y guardados. Tal era su posición; mientras que su porción era ésta: Misericordia, paz y amor. Y todo esto es presentado como perteneciente seguramente a todo verdadero hijo de Dios sobre la faz de la tierra antes de que fuera escrita una sola palabra acerca de la avasalladora corriente de la apostasía que estaba por arrollar a toda la iglesia profesante.
Repetimos y quisiéramos hacer hincapié en la expresión todo verdadero hijo de Dios. No basta con ser un profesante bautizado, un miembro afiliado a una denominación eclesiástica, por muy respetable y ortodoxa que sea. En la iglesia profesante —al igual que en el Israel de antaño— el remanente se compone de aquellos que son fieles a Cristo, que se aferran tenazmente a su Palabra en toda circunstancia, que se dedican por entero a sus intereses y que aman su venida. En una palabra, no se trata de ser miembro de una iglesia ni de estar en comunión sólo de nombre aquí o allí, con éstos o con aquéllos, sino de una realidad viviente. Tampoco se trata de una arrogación, de tomar el nombre, sino de pertenecer de veras al remanente; no es cuestión del nombre, sino del poder espiritual. Como lo dijo el apóstol: “…conoceré, no las palabras, sino el poder…” (1.ª Corintios 4:19). ¡Palabras de peso para todos nosotros!
Consideremos ahora las  palabras de exhortación dirigidas al remanente cristiano.
“Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo.” Los santos son remitidos a las Santas Escrituras y a ellas solamente. No son encomendados a ninguna tradición humana, ni a los Padres de la Iglesia, ni a los decretos de los concilios, ni a mandamientos y doctrinas de hombres; no, a ninguna de estas cosas ni a todas ellas juntas. Éstas no pueden sino perturbar, confundir y extraviar. Somos exhortados a dirigirnos a la preciosa y pura Palabra de Dios, a esa perfecta revelación que Él, en su infinita bondad, ha puesto en nuestras manos, y que puede hacer a un niñito “sabio para salvación”, y a un hombre, “perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2.ª Timoteo 3).
¡El Señor sea alabado por este inefable favor! No hay lenguaje humano capaz de expresar la importancia de poseer, para nuestra guía, una autoridad divinamente establecida. Todo lo que necesitamos es ser absoluta y completamente gobernados por ella, atesorarla en nuestros corazones, tenerla actuando en nuestras conciencias, formando nuestro carácter, y gobernando nuestra conducta en todas las cosas. Darle a la Palabra de Dios su lugar, es uno de los rasgos que caracterizan al remanente cristiano. No lo es la infundada e intrascendente fórmula: «La Biblia y sólo la Biblia es la religión de los Protestantes.» El Protestantismo no es la Iglesia de Dios; no es el remanente cristiano. La Reforma fue el resultado de una obra bendita operada por el Espíritu de Dios; pero el Protestantismo, en todas sus ramas y denominaciones, es lo que el hombre ha hecho de la Reforma. En el Protestantismo, la organización humana ha desplazado a la obra viva del Espíritu, y la forma de la piedad ha desplazado al poder de la fe individual. Ninguna denominación, como quiera que se llame, puede ser considerada como la Iglesia de Dios o como el remanente cristiano. Es de suprema importancia moral ver esto. La iglesia protestante ha fracasado por completo; su unidad corporativa y visible se ha desintegrado de forma irremediable, tal como lo vemos en la historia de Israel. Pero el remanente cristiano está integrado por todos aquellos que sienten y reconocen de todo corazón la ruina, que son gobernados por la Palabra de Dios y conducidos por el Espíritu en separación del mal para esperar a su Señor.

Remanente = Escudriñar

“Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura. Nehemías 8:8

nehemias-un-hombre-de-liderazgo… Al día siguiente se reunieron los cabezas de las familias de todo el pueblo, sacerdotes y levitas, a Esdras el escriba, para entender las palabras de la ley. Y hallaron escrito en la ley que Jehová había mandado por mano de Moisés, que habitasen los hijos de Israel en tabernáculos en la fiesta solemne del mes séptimo… Y toda la congregación que volvió de la cautividad hizo tabernáculos, y en tabernáculos habitó; porque desde los días de Josué hijo de Nun hasta aquel día, no habían hecho así los hijos de Israel. Y hubo alegría muy grande. Y leyó Esdras en el libro de la ley de Dios cada día, desde el primer día hasta el último; e hicieron la fiesta solemne por siete días, y el octavo día fue de solemne asamblea, según el rito.”
Esto es muy llamativo. Aquí encontramos un endeble remanente reunido en torno a la Palabra de Dios para orar y procurar entender la verdad y sentir su poder en el corazón y en la conciencia. ¿Cuál fue el resultado? Nada menos que la celebración de la fiesta de los tabernáculos, la cual nunca había sido celebrada desde los días de Josué, hijo de Nun. Durante todo el tiempo de los jueces, durante los días de Samuel, el profeta, y de los reyes, aun durante los gloriosos reinados de David y de Salomón, la fiesta de los tabernáculos jamás había sido celebrada. Una débil compañía de exiliados que habían regresado a su tierra, tuvieron el privilegio de celebrar esta preciosa y magnífica fiesta —tipo del glorioso porvenir de Israel— en medio de las ruinas de Jerusalén.
¿Era esto presunción? De ninguna manera; era simple obediencia a la Palabra de Dios. Se hallaba escrito en “el libro de la ley de Dios”; escrito para ellos, y ellos obraron de acuerdo con lo que estaba escrito, “y hubo alegría muy grande”. No había ninguna pretensión, no se creían ser algo, no se jactaban ni tampoco buscaban encubrir su verdadera condición. No eran más que un pobre remanente, débil y despreciado, tomando su lugar de humillación, quebrantados y contritos, confesando sus fracasos y sintiendo profundamente que esto no era de ellos así como del pueblo en los días de Salomón, de David y de Josué. Mas ellos oyeron la Palabra de Dios, oyeron y entendieron; se sometieron a su santa autoridad y observaron la fiesta, “y hubo alegría muy grande”. Ésta, seguramente, constituye otra notable y bella ilustración de nuestro tema, a saber, que cuanto mayor es la ruina, tanto más rico es el despliegue de la gracia, y cuanto más profundas son las tinieblas, más luminoso es el resplandor de la fe individual. En todos los tiempos y en todos los lugares, el corazón contrito que confía en Dios halla una gracia infinita e inconmensurable.

Remanentes ante el fuego

La-mejor-almohadaLos primeros capítulos del libro de Daniel nos muestran algunos magníficos resultados de la fe y de la devoción individual. Consideremos, por ejemplo, el v. 2 del capítulo 2. ¿Dónde vemos en la historia del pueblo de Israel, un hecho más sorprendente que el que se registra aquí? El mayor monarca de la tierra se postra a los pies de un exiliado cautivo y rinde este maravilloso testimonio: “El rey habló a Daniel y dijo: Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues pudiste revelar este misterio” (v. 47).
Pero, ¿dónde obtuvo Daniel el poder para revelar el misterio del rey? Los versículos 17 y 18 nos dan la respuesta: “Luego se fue Daniel a su casa e hizo saber lo que había a Ananías, Misael y Azarías, sus compañeros, para que pidiesen misericordias del Dios del cielo sobre este misterio.” Aquí tenemos una reunión de oración en Babilonia. Estos queridos hombres de Dios eran de un solo corazón y de una misma mente. Fueron unánimes en su decisión de rehusar la comida y el vino del rey. Habían resuelto, por la gracia de Dios, seguir juntos la santa senda de la separación, aunque estuviesen cautivos en Babilonia, lejos de su país, y entonces se reunieron para orar, y obtuvieron una respuesta notable.
¿Puede haber algo más excelente que esto? ¡Qué consuelo para el amado pueblo del Señor, en los días más oscuros, asirse con tesón de la Palabra de Cristo y no negar su precioso nombre! ¿No es de lo más alentador y edificante hallar durante esos lóbregos días de la cautividad en Babilonia un puñadito de hombres fieles andando en santa comunión en el camino de la separación y de la dependencia? Ellos permanecieron fieles a Dios en el palacio del rey, y Dios estuvo con ellos en el horno de fuego y en el foso de los leones, y les confirió el elevado privilegio de estar ante el mundo como siervos del Dios Altísimo. Rehusaron la comida del rey; no quisieron adorar la imagen del rey; guardaron la Palabra de Dios y confesaron su nombre sin medir en absoluto las consecuencias. No dijeron: «Debemos ponernos a tono con los tiempos; hacer lo que todo el mundo hace; no hace falta aparecer como extraños ante los demás; debemos someternos exteriormente al culto público, a la religión oficial del país, guardando para nosotros mismos nuestras opiniones personales; no somos llamados a oponernos a la fe de la nación. Si estamos en Babilonia, debemos conformarnos a la religión de Babilonia.»
Gracias a Dios, Daniel y sus amados compañeros no adoptaron esta política detestable y acomodaticia. No; y es más, tampoco esgrimieron el pretexto del completo fracaso de Israel como nación con el objeto de hacer descender el nivel de la fidelidad individual. Ellos sintieron esta ruina, y no podían menos que sentirla. Confesaron sus pecados y el pecado de la nación toda; sintieron que no les convenía otra cosa que el cilicio y las cenizas; pusieron todo su ser moral bajo el peso de estas solemnes palabras: “Te perdiste, oh Israel” (Oseas 13:9). Todo esto, lamentablemente, era muy cierto. Pero no constituía una razón para contaminarse con la comida del rey, adorar su imagen o renunciar al culto debido al único Dios vivo y verdadero.
Todo esto está lleno de preciosísimas enseñanzas para todo el pueblo del Señor en la actualidad. Existen dos males principales contra los cuales debemos estar en guardia. En primer lugar, debemos guardarnos de la pretensión eclesiástica, es decir, de jactarnos de tener una posición eclesiástica sin una conciencia ejercitada y sin el santo temor de Dios en el corazón. Se trata éste de un mal terrible respecto del cual todo amado hijo de Dios debería velar con la mayor diligencia. Nunca debemos olvidar que la Iglesia profesante ha sido arruinada por completo y en forma irreversible, y que todo esfuerzo por restaurarla no es sino una vana ilusión. No somos llamados a organizar un cuerpo, y de ahí que no tengamos la competencia para ello. El Espíritu Santo es quien organiza el cuerpo de Cristo.
Pero, por otro lado, no debemos aducir como pretexto la ruina de la Iglesia para debilitar la verdad o para descuidar nuestro andar personal. Corremos gran peligro de caer en estas cosas. No hay ninguna razón para que un hijo de Dios o un siervo de Cristo haga o apruebe lo que está mal o continúe un solo instante asociado con lo que no cuente con la autoridad de: “Así ha dicho el Señor” (Amós 5:16). ¿Qué dice la Escritura? “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2.ª Timoteo 2:19). ¿Y qué se debe hacer después? ¿Permanecer solos? ¿No hacer nada? ¡Oh no, gracias a nuestro benévolo Dios! Hay un camino: seguir “la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (v. 22), un corazón fiel a Cristo y a sus intereses.

Reforma remanente

ateismo+cristianismo+dios+religion+jesus+agnostico+creencia+fe+iglesia+evangelio+biblia+creyentes+catolica+rey+josias+nacao+faraon+contradiccion+reyes+deuteronomio+ni%C3%B1oEl reinado del piadoso y devoto rey Josías, cuando la nación se hallaba en vísperas de su disolución. Aquí tenemos una muy notable y hermosa ilustración de nuestro tema. Tampoco es nuestro objetivo aquí considerar los detalles, pues ya lo hicimos en otra oportunidad. Sólo citaré las últimas líneas del pasaje: “Y los hijos de Israel que estaban allí celebraron la pascua en aquel tiempo, y la fiesta solemne de los panes sin levadura por siete días. Nunca fue celebrada una pascua como ésta en Israel desde los días de Samuel el profeta; ni ningún rey de Israel celebró pascua tal como la que celebró el rey Josías; con los sacerdotes y levitas, y todo Judá e Israel, los que se hallaron allí, juntamente con los moradores de Jerusalén. Esta pascua fue celebrada en el año dieciocho del rey Josías” (2.º Crónicas 35:17-19).
¡Qué notable testimonio! En la Pascua de Ezequías, somos transportados hasta el esplendoroso reinado de Salomón; pero aquí tenemos algo más brillante todavía. Y si se nos preguntase qué fue lo que arrojó semejante aureola de gloria sobre la Pascua de Josías, contestamos que nosotros creemos que se debió al hecho de ser el fruto de una santa y reverente obediencia a la Palabra de Dios en medio de tan abundante ruina y corrupción, del error y de la confusión. La actividad de la fe de un corazón obediente y devoto, fue puesta de relieve por el oscuro fondo de la condición moral del pueblo.
Todo esto está lleno de consuelo y aliento para todo aquel que ama de corazón a Cristo. Muchos pueden haber pensado que era una gran presunción de parte de Josías, proceder de la manera que lo hizo, en semejante momento y bajo tales circunstancias. Pero era todo lo contrario a la presunción, como lo demuestra el bendito mensaje enviado al rey por el Señor a través de la boca de Hulda, la profetisa: “Jehová el Dios de Israel ha dicho así: Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se conmovió, y te humillaste delante de Dios al oir sus palabras sobre este lugar y sobre sus moradores, y te humillaste delante de mí, y rasgaste tus vestidos y lloraste en mi presencia, yo también te he oído, dice Jehová” (2.º Crónicas 34:26-27).
Tenemos aquí la base moral de la notable carrera de Josías, y, seguramente, no vemos en ella nada que tuviera traza de presunción. Un corazón contrito, ojos llorosos y vestidos rasgados no son indicios de presunción ni de confianza propia. No; estas cosas son los preciosos resultados de la acción de la Palabra de Dios en el corazón y en la conciencia, que produce una vida de profunda devoción personal, cuya contemplación está llena de consuelo y edificación para nosotros. ¡Ojalá que ello abunde más y más entre nosotros! El corazón verdaderamente lo anhela; y ojalá que la Palabra de Dios resuene en todo nuestro ser moral, de tal manera que en vez de conformarnos a la condición de cosas que nos rodea, podamos elevarnos por encima de ellas para caminar sobre ellas como testigos de la eterna realidad de la verdad de Dios y de las imperecederas virtudes del nombre de Jesús.

Ayer y Hoy

los-144000En el capítulo 30 del segundo libro de Crónicas tenemos el confortante y alentador relato de la Pascua celebrada en los tiempos de Ezequías, cuando la unidad visible de la nación no existía más y cuando todo estaba en ruinas. No citaremos todo el pasaje, por interesante que sea, sino que sólo leeremos las líneas finales en relación con nuestro tema: “Hubo entonces gran regocijo en Jerusalén; porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén” (v. 26). Aquí tenemos, pues, una hermosa ilustración de la gracia de Dios reuniendo a aquellos de entre su pueblo que reconocieron su fracaso y sus pecados y asumieron su verdadero lugar de humillación en Su presencia. Ezequías y aquellos que estaban con él estaban plenamente convencidos de su pobre condición y, en consecuencia, no se atrevieron a celebrar la Pascua en el mes primero. Ellos se valieron de las provisiones de la gracia, como aparecen en Números 19, y celebraron la fiesta en el mes segundo. “Porque una gran multitud del pueblo… no se habían purificado, y comieron la pascua no conforme a lo que está escrito. Mas Ezequías oró por ellos, diciendo: Jehová, que es bueno, sea propicio a todo aquel que ha preparado su corazón para buscar a Dios, a Jehová el Dios de sus padres, aunque no esté purificado según los ritos de purificación del santuario. Y oyó Jehová a Ezequías, y sanó al pueblo” (v. 18-20).
Vemos aquí la gracia de Dios reuniendo —como lo hace siempre— a aquellos que confesaron sinceramente sus fracasos y su debilidad. No había allí ninguna arrogancia ni pretensión, ninguna dureza de corazón ni indiferencia. Ellos no buscaron encubrir su verdadera condición ni semejar que todo estaba bien; no, ellos asumieron su verdadero lugar de humillación, y se abalanzaron sobre esa gracia inagotable que nunca deja sin consuelo a un corazón contrito. ¿Cuál fue el resultado?: “Así los hijos de Israel que estaban en Jerusalén celebraron la fiesta solemne de los panes sin levadura por siete días con grande gozo; y glorificaban a Jehová todos los días los levitas y los sacerdotes, cantando con instrumentos resonantes a Jehová. Y habló Ezequías al corazón de todos los levitas que tenían buena inteligencia en el servicio de Jehová. Y comieron de lo sacrificado en la fiesta solemne por siete días, ofreciendo sacrificios de paz, y dando gracias a Jehová el Dios de sus padres. Y toda aquella asamblea determinó que celebrasen la fiesta por otros siete días con alegría” (v. 21-23).
Ahora bien, podemos estar seguros de que todo esto fue muy grato al corazón de Jehová, el Dios de Israel. La debilidad, el fracaso y las faltas eran patentes. Exteriormente, las cosas eran muy diferentes de lo que habían sido en los días de Salomón. Sin duda, muchos habrán considerado presuntuosa la actitud de Ezequías de convocar semejante asamblea bajo las circunstancias que se vivían. Ciertamente se nos dice que su preciosa y conmovedora invitación fue objeto de burla y risas por toda la tierra de Efraín, de Manasés y de Zabulón. ¡Lamentablemente, esto ocurre demasiado a menudo! Los actos de la fe no se comprenden porque la preciosa gracia de Dios no se comprende.
Sin embargo, “algunos hombres de Aser, de Manasés y de Zabulón se humillaron, y vinieron a Jerusalén.” Fueron ricamente bendecidos por venir a celebrar una fiesta que no se había celebrado en Jerusalén desde los días de Salomón al modo que está escrito. No hay límite para la bendición que la gracia tiene reservada para el corazón contrito y humillado. Si todo Israel hubiese respondido al patético llamado de Ezequías, habría participado de la bendición; pero ellos tuvieron un corazón inquebrantable y, en consecuencia, no fueron bendecidos. Todos debemos recordar esto; seguramente encierra una voz y una lección necesarias para nosotros. ¡Oigamos y aprendamos!

El Remanente elegido

Muchos hemos escuchado el término «remanente» en nuestro caminar por la vida cristiana; sin embargo, pocos sabemos con exactitud lo que verdaderamente significa y el plan que Dios tiene para el.

Dios nunca ha dejado de dar un claro y definido testimonio de las verdades sobre las cuales se basa el bienestar de la humanidad. En Juan 1.4–5 leemos lo siguiente: «En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella».

Han habido tiempos en la historia de la humanidad, cuando parecía que todo el mundo estaba entregado a las tinieblas, pero realmente no ha sido así. La luz de Dios nunca ha dejado de resplandecer. Elías dijo en una oportunidad mientras estaba sumido en la agonía de su espíritu deprimido: «Sólo yo he quedado» (1 Reyes 19.18). En cada etapa sucesiva de la historia, ha parecido que Dios ha estado ausente de su propio mundo, y que en ocasiones la negra e impenetrable oscuridad había prevalecido por completo sobre la luz. Esto sencillamente había sido una falsa visión de hombres y mujeres que no han sido capaces de vislumbrar el horizonte divino, ni siquiera con una mirada. En algún lugar, aunque el ojo común no haya podido percibir la luz, esta ha seguido ardiendo.

Así fue en los días de Malaquías. A pesar de la tenebrosa oscuridad que había descendido sobre la nación, Dios tenía su propio pueblo, su remanente elegido. Por medio de ellos, su luz continuó brillando y testificando de las grandes y principales verdades sobre las cuales toda la actividad divina se fundamenta para el bienestar del hombre.

Ciertamente estas son las almas que salan y sazonan toda la tierra. ¿Quién formaba parte del pequeño grupo que se reunió cuando Jesús vino al mundo? El remanente electo estaba compuesto por Zacarías y Elizabeth, José y María, Simeón y Ana, pastores de ganados y hombres sabios del oriente. Más amplio que la nacionalidad judía y más extenso que la franja de tierra llamada Palestina. Las personas elegidas por Dios no estaban unidas por lazos de organización humana, ni por credo alguno de manufactura humana, sino que su unidad radicaba en que «temían al Señor y pensaban en su nombre».

Así pues, cuando el próximo gran día de Dios amanezca —y algunos creemos que este amanecer está muy próximo— el remanente elegido no estará consolidado por organizaciones humanas, ni unidos por credos o declaraciones de fe, sino que desde el norte hasta el sur y del este al oeste, de todas las naciones, de todos los climas y de todas las iglesias, surgirá la Iglesia —el Remanente de Dios que le teme y piensa en su nombre.